La jornada máxima de trabajo de 8 horas diarias que, conforme se verá en el siguiente punto, se encuentra recogida en los convenios internacionales de la OIT y en las legislaciones internas de múltiples países en el mundo y en la nuestra, no constituye en modo alguno un derecho que haya sido reconocido a los trabajadores desde el inicio de los tiempos ni que lo haya sido de manera pacífica. Todo lo contrario, durante el transcurrir del siglo XIX, y en modo especial a fines del mismo con ocasión del auge de la llamada “revolución industrial”, la fuerza de trabajo fue sobreexplotada a través de extensas jornadas de trabajo de 14 a 16 horas diarias de labor continua, situación que sin duda generó un gran descontento social en la clase trabajadora y motivó las primeras manifestaciones del movimiento obrero demandando la reducción de las horas de trabajo.
Así, el derecho del que gozamos las generaciones actuales de trabajadores y las que vendrán ha sido el fruto de una lucha eminentemente obrera y que duró muchos anos hasta que fue conquistado “a sangre y fuego” en el ano 1886.
Como nos lo recuerdan los varios estudios históricos realizados sobre el movimiento obrero en el mundo, el proceso de industrialización en Europa y Estados Unidos afianzó el poder del sector burgués y produjo una gran proletarización en las ciudades. En ese contexto, Estados Unidos fue un centro industrial floreciente al que miles de ciudadanos de distintas partes del mundo llegaban diariamente buscando emplearse en los cientos de fábricas en las que las nuevas tecnologías alcanzaban una superproducción y en las que eran altamente explotados en jornadas extensas de trabajo.
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